Carlos Lixó Gómez
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Dirigida por Ingmar Bergman en 1957, El Séptimo Sello es considerada una de las obras maestras del cine y aún por encima tiene el mérito de recibir un aprobado general por parte del mundo de la historiografía. Esto no es poca cosa, teniendo en cuenta la reticencia habitual de los espacios académicos a valorar un campo creativo que es capaz de acercar la Historia a las masas mucho más que ellos y que, además, en muchas ocasiones ignora sus estudios en pro de una mayor riqueza narrativa o estética. Parece que en esta ocasión el cara a cara con la muerte de un cruzado retornado a su Suecia natal, desolada por la peste y otra serie de fenómenos propios del catastrófico siglo XIV, sí tocó el corazoncito de los investigadores que vieron, finalmente, un Medievo creíble plasmado en el proyector. Pero ¿por qué no se pasó esta obra por la crítica demoledora a la que, con razón, sí se sometió a otras películas, tanto coevas como actuales? La respuesta es, como casi siempre, múltiple, pero creemos que con un denominador común claro: el director se esforzó en que su recreación estuviera bien fundamentada.
Lo que hizo para conseguirlo fue, como no, recurrir de primera mano a las fuentes directas, beber del agua del manantial limpio. De hecho, el argumento que da forma a la historia, una partida de ajedrez entre la muerte personificada y el caballero Antonius Block en la que se juega su destino y de sus acompañantes, es sacado de un fresco del siglo XV. Se trata de una pintura de Albertus Pictor (un viejo conocido de esta página) situada en la iglesia de la ciudad sueca de Täby, donde aparece precisamente la muerte jugando al ajedrez, en este caso no con un caballero, sino con un burgués. Más allá del alcance poético que pueda tener el famoso juego de mesa, la iconografía de la muerte con forma humana o esquelética es un elemento de lo más frecuente en la imaginería tardomedieval. Pero no es solo el personaje de la muerte el que recoge la huella de las representaciones plásticas de la época. La composición de las escenas, pausadas y largas, transmite una profunda sensación pictórica, como si se tratase de una sucesión de murales; la emblemática escena de los flagelantes o la aparición final de la danza de la muerte hablan por sí solas.
A la izquierda, partida de ajedrez con la Muerte en la iglesia de Täby, por Albertus Pictor [Fuente: Pinterest] A la derecha, una escena de El Séptimo Sello.
Este empeño asegura un resultado visual coherente, si bien no con una imagen realista de la Baja Edad Media por lo menos sí con la imagen que este período nos transmitió de sí mismo. Tanto es así que Ingmar Bergman garantizó que su interés en ese campo se reflejase abiertamente en el propio guión. Cuando Antonius Block y su escudero Jöns llegan a una iglesia en la que se están realizando unas pinturas, se desarrolla un interesante diálogo en el medio del cual Jöns acaba por preguntarle al pintor «¿para qué pinta eso?», obteniendo como respuesta «para que todo el mundo sepa que un día va a morir».
La literatura deja también una marca más que evidente. Recordemos, es un largometraje de ambientación medieval, pero no pretende tratar unos sucesos pasados concretos ni explicar la vida de determinadas figuras históricas, sino imaginar un relato ficcional en una atmósfera histórica verosímil. Esto permite que los personajes puedan ser modelados con mayor facilidad y que ganen una mayor carga simbólica. Así nos encontramos con figuras arquetípicas (un caballero noble, un religioso malvado, un escudero escéptico y vividor, una mujer frívola y desleal, una familia pura…) que invocan sin mucho esfuerzo a las caricaturas sociales hechas por las danzas macabras tan de moda en los siglos XIV y XV:
Dize la muerte:
Don abad bendito, folgado, vicioso,
que poco curastes de vestir celicio,
abraçadme agora: seredes mi esposo.
Pues que desseastes plazeres e vicio,
yo só bien presta a vuestro servicio.
Avedme por vuestra, quitad de vos saña.
Ca mucho me plaze de vuestra compaña.
E vos, escudero, venit al ofício.
Dize el escudero:
Dueñas e donzellas, aved de mí duelo:
fázenme por fuerza dexar los amores;
echóme la muerte su sotil anzuelo,
e fazme danzar dança de dolores.
Non traben por cierto firmalles nin flores
los que en ella danzan, mas grand fealdad.
¡Ay de mí cuitado, que en grand vanidad
andove en el mundo sirviendo señores!
Fragmento da Dança General de la Muerte, anónimo, fins. XV.
Sin embargo, hay algo que va más allá del uso de las diversas fuentes artísticas para componer la estética de la película. El propio marco filosófico en el que se encajan los hechos, el concepto de realidad que se da por válido en la trama, parece a nuestros ojos lleno de contenido lírico. No obstante, muchos de los elementos que aparecen serían perfectamente verosímiles para individuos que hubiesen vivido en esa etapa. La importancia de los textos bíblicos, por ejemplo, omnipresentes en el acerbo cultural y religioso del Medievo, se asumen bajo una interpretación literal. El Séptimo Sello se abre y se cierra con fragmentos del Apocalipsis que acogen todo cuento sucede en las dos horas que dura. El propio título es una referencia a ese libro. A la idea de la muerte como un juego, con los personajes siendo de alguna manera las piezas de la partida, y, como vimos, a la presencia corporal de la propia muerte, hay que sumarle las visiones idílicas de la Virgen con el Niño o la visión final de la danza de la muerte. La creencia en presagios (una mujer que parió una cabeza de becerro, un caballo que se comió a otro…) completa este panorama.
En la imagen superior, una de las escenas finales. En la inferior vemos una ilustración que acompañaba La Danse Macabre, publicada por Guy Marchant en París en 1484 [Fuente: Wikimedia].
De las actitudes ante la peste que se ven reflejadas, más allá de la propia redundancia de la muerte y la presencia de la culpa (en una ocasión se explica, en relación a la procesión de flagelantes, que «las personas consideran que la peste es un castigo de Dios, y los que se sienten presos del pecado castigan a sus cuerpos»), se expresa una dualidad, una ambigüedad sin duda muy presente en la sociedad del momento: el integrismo religioso y la búsqueda de la expiación, por una parte, y la exageración en la relajación de las costumbres, la entrega a los placeres corporales ante la incertidumbre de la propia supervivencia, por la otra. En el medio, una opción más estándar, consistente en refugiarse en un lugar considerado aún no impuro y mantenerse a la espera. Esta última la encarna la caravana de nuestros protagonistas cuando deciden orientarse hacia la morada de Antonius Block en el interior, para huir de la peste en la costa. Parece que se está a representar un pasaje escrito por Boccaccio en El Decamerón:
Y esta pestilencia tuvo mayor fuerza porque de los que estaban enfermos de ella se abalanzaban sobre los sanos con quienes se comunicaban, no de otro modo que como hace el fuego sobre las cosas secas y engrasadas cuando se le avecinan mucho. (…) Y había algunos que pensaban que vivir moderadamente y guardarse de todo lo superfluo debía ofrecer gran resistencia al dicho accidente y, reunida su compañía, vivían separados de todos los demás recogiéndose y encerrándose en aquellas casa donde no hubiera ningún enfermo (…). Otros, inclinados a la opinión contraria, afirmaban que la medicina certísima para tanto mal era el beber mucho y el gozar y andar cantando de paseo y divirtiéndose y satisfacer el apetito con todo aquello que se pudiese, y reírse y burlarse de todo lo que sucediese; y tal como lo decían lo ponían en obra como podían yendo de día y de noche ora a esta taberna ora a la otra, bebiendo inmoderadamente y sin medida y mucho más haciendo en los demás casos solamente las cosas que entendían que les servían de gusto o placer. (…) Muchos otros observaban, entre las dos dichas más arriba, una vía intermedia: ni restringiéndose en las viandas como los primeros ni alargándose en el beber y en los otros libertinajes como los segundos.
Se podría continuar buscando pequeños detalles con los que, seguro, el director se regocijó en el evocador y drástico mundo de la Edad Media tardía. Ahora bien, ¿significa todo esto que nos encontramos con una obra de arte ante la cual nos podemos relajar completamente, ante la cual podemos darle al play en frente de nuestro hipotético alumnado y decirles «adelante, disfrutad sin reparos del Medievo»? Lamentablemente no. Muy al contrario, el largometraje continúa necesitando ojo crítico y, quizás justamente por los cuidados tomados desde la propia dirección, el ejercicio de análisis merece más esfuerzo por nuestra parte. La reproducción perfecta del pasado es imposible.
Sin pretensiones de exhaustividad, veamos algunos puntos en que El Séptimo Sello no puede evitar ser hijo de su momento. En primer lugar, es irónicamente víctima del propio entusiasmo depositado en la recreación de toda una era. A lo largo de los minutos vemos una procesión de tópicos que se entrelazan uno tras otro: la peste, el mundo caballeresco, las procesiones de flagelantes, las Cruzadas, en juglarismo, la represión, la quema de brujas… Eso, aunque provoque una exultante imagen de medievalidad en el espectador, conlleva una serie de problemas. La percepción que se transmite es de absoluto movimiento, guerra, angustia existencial, un único modelo de vida de emoción y drama constante. Es por lo menos digno de tenerse en cuenta que se quiere hablar de una sociedad que estaba formada casi en su totalidad por una población campesina y rural.
Por otra parte, con tal mezcla de asuntos, es más posible caer en ciertos anacronismos. Las Cruzadas, por ejemplo, son un fenómeno que se desarrolló entre finales del siglo XI y finales del XIII, por lo que su aparición en la sociedad del XIV y del XV se ve un poco forzada. La quema de la bruja, a su vez, bien siendo posible en el tramo final de la Edad Media, es la imagen de un fenómeno que tuvo su máximo auge en la Modernidad. Además, no tiene mucho sentido que lo hagan en el medio del bosque y no en la plaza del pueblo. Talvez vez la represión de judíos (aunque no en Suecia), de herejes o de sodomitas fuera más acorde con el resto de elementos.
Finalmente, es inevitable buscar las grietas por las que resbala el período histórico en el que tuvo lugar el rodaje, e incluso la historia vital del propio director. Estamos en los años 50, por lo que el apogeo del existencialismo y la muerte como tema protagonista tras el Holocausto, y en general tras las dos grandes guerras, puede sin duda haber influido en la elección temática. En esta línea estaría vigente la búsqueda de chivos expiatorios, durante el nazismo y en la Guerra Fría, y hasta la quema de la bruja nos puede hablar, quizás, de la cremación de judíos. El convulso siglo XX, marcado mentalmente por la expansión del laicismo, está detrás de la permanente procura de Dios y temor ante la nada que interpreta el protagonista, y que nos habla lateralmente del mismo director, marcado por una infancia religiosa y una vida de constante cuestionamiento.
El papel de las mujeres también tiene más que ver con el cine de los años 50 e 60 que con la realidad femenina en la Edad Media. Que se representen ciertos prejuicios medievales, la Eva traidora y fuente de pecado, la esposa fiel que espera como Penélope, es correcto. No obstante, el hecho de que todos los personajes femeninos sean absolutamente planos desde un punto de vista psicológico, casi irrelevantes en la trama argumental y físicamente homogéneos y encajados en el prototipo de belleza contemporáneo, nos habla mucho más del machismo en el cine que llega hasta nuestros días que del papel de las mujeres históricamente. De hecho, cuanto más avanzan los estudios históricos de género, más se rompen los estereotipos femeninos aplicados al pasado.
El personaje de esta chica, que ni siquiera tiene nombre propio, aparece a lo largo de toda la película pero solo interviene una vez, al final, para recibir la llegada de la muerte con adoración. Incluso así, quizás sea el papel femenino construido con mayor complejidad.
De cualquier manera, está claro que con El Séptimo Sello nos encontramos ante una producción artística que nos sirve como instrumento de poderosa evocación y como estímulo para la reflexión sobre la Edad Media. Que nos muestra diversos componentes de la mentalidad de una época, de su literatura, de su pintura, de su religiosidad, de su aspecto, a los que estamos acostumbrados a acceder aisladamente, leyendo un documento u observando objetos descontextualizados en la vitrina de un museo. Sus errores y sus aciertos nos permiten usarla doblemente: para acercarnos a una posible visión del Medievo, relativamente cuidadosa, y para realizar un ejercicio de crítica y de análisis, no solo sobre su vertiente de recreación histórica, sino también sobre su elaboración como producto cultural de su tiempo.
Esta entrada forma parte del segundo aniversario de Studia Humanitatis. Aquí tenéis la lista de todas las entradas del monográfico:
- Presentación: La Historia y las Artes, por Alberto Reche
- El Séptimo Sello, ¿la película ante la que los historiadores pueden relajarse y gozar?, por Carlos Lixó
- Tabernas y naipes: violencia cotidiana en la obra de Jan Steen, por Jessica Carmona Gutiérrez
- La Cena de Emaús. Francisco de Zurbarán, por Ester Prieto
- El románico: más que simple piedra, por Cristina Párbole
Bibliografía
Boccaccio, Giovanni (2004): El Decamerón, Edición digital: LibrosEnRed, pp. 11-13. [Consultado 14/04/2017 en http://www.repdeval.com/Circulo/Famosos/Bocaccio/Decameron.pdf].
Morreale, Margherita (1991): «Dança General de la Muerte», Revista de Literatura Medieval, 3, p. 36.
[…] El Séptimo Sello, ¿la película ante la que los historiadores pueden relajarse y gozar? – 19 Abril, 2017 […]
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Pues a volver a ver la película. Gracias por el artículo, de mucho me sirve justo en estos momentos, adelante!
¡Qué bien que te sirva! Muchas gracias por leernos con buenos ojos y ya nos contarás cuando salga lo tuyo ^_^
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Muy guay, gracias