El tópico dice que una imagen vale más que mil palabras. Dependerá de muchas cosas, digo yo, a no ser que se pueda defender que la enésima muestra de pies en una playa o de fotos a través de un espejo vale más que un cuento de Borges. O que un «adiós» a tiempo es menos adecuado que un montón de fotos rotas. El historiador, que debería estar vacunado de serie contra los tópicos, haría bien en prevenirse ante las generalidades y ante los significados únicos. No acostumbran a traer nada bueno (aunque esto, en sí mismo, sea otra generalidad).
Las imágenes, en Historia, son poderosas. Por muchos motivos; porque son sugerentes, porque se fijan en nuestra retina con una fuerza – es verdad – que un discurso razonado no logra imitar; porque se les presupone, en nuestra miopía de significados producto de la fotografía, una objetividad aparente. «¡Las imágenes están ahí!» – grita el mal historiador – «¡Están ahí!», dotándolas de una suerte de característica primaria que las coloca por encima de otros tipos de fuentes. Hay quienes incluso han hecho carrera a través del camino inverso: el de cargar con sesudas capas de interpretación metafísica hasta el más pequeño recodo de una miniatura medieval o de una figura humana garabateada en una cueva. Así somos, hay que querernos… Continue reading