La gran mayoría del público que ha visitado la Capilla Sixtina en los Museos Vaticanos no ha podido evitar sobrecogerse ante su magnitud. Es inevitable sentirse pequeño bajo los coloridos techos que Miguel Ángel pintó con sufrimiento. Tengo que reconocer que la primera vez que admiré la obra pensé en Miguel Ángel encaramado a los andamios mientras la pintura le caía en los ojos, dejándole prácticamente ciego. Valoramos el resultado muchas veces sin conocer el esfuerzo y tesón que hay detrás.
Una situación parecida, o si me permitís peor, ocurre cuando lo que tenemos ante nuestros ojos son pinturas románicas. El paso del tiempo ha provocado la desaparición de muchos de los frescos que decoraban las iglesias; hasta el punto de considerar este estilo un arte pobre, sin color y sobrio. A los escasos restos conservados se añade el desconocimiento que tenemos sobre la figura de los pintores en tiempos del románico. Continue reading