(Entrada publicada originalmente el 2 de diciembre de 2015)
¿Qué es un historiador? Para algunos, ha de ser un científico dotado de herramientas de análisis rigurosas y objetivas. Para otros, una suerte de literato capaz de devolver a la vida con la fuerza de su pluma algunas escenas del pasado. Yo, en cambio, cada vez más me lo imagino como un niño que se entretiene con viejos juguetes rotos, tratando de usar la imaginación para dar sentido a unos fragmentos cuyo origen le resulta tan misterioso como fascinante.
Si quisiera resumirlo en una palabra diría que el historiador es, sobre todo, un lector. Y no vayamos a pensar que es éste un oficio cómodo: aunque algunos lo creerían una adquisición de los teóricos de la segunda mitad del siglo XX, ya los autores medievales sabían perfectamente que la obra literaria es un artefacto incompleto y abierto, que para cobrar un sentido pleno requiere de la interpretación cómplice del lector. Lo confiesa por ejemplo una narradora del siglo XII, María de Francia, en el prólogo a una deliciosa colección de cuentos que beben de la tradición oral de los bardos bretones y que ella supo convertir en historias caracterizadas por una delicada mezcla de ensueño, fragilidad y melancolía: los Lais. Continue reading