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Probablemente haya muy pocos géneros literarios más difíciles que el biográfico. Esto se debe a la absoluta necesidad de documentación oral o escrita que tiene el autor para poder reflejar correctamente el entorno y la personalidad del sujeto a biografiar. Y esto puede generar dos problemas mayúsculos:
- El exceso de documentación, lo cual alarga enormemente la fase previa a la escritura.
- La falta de la misma, pues empuja al autor irremediablemente a la suposición o a la invención.
Evidentemente, la biografía puede volverse más difícil si el período es ajeno al autor, pues éste tendrá que investigar muchísimo no sólo para conocer el entorno histórico y político, sino también a entender el tipo de mentalidad imperante en la época. Además, la narración debería hacerse –en una situación ideal– libre de prejuicios morales o políticos.
Sólo así podemos encontrar una narración literaria honesta con los hechos en los que se basa. Un muy buen ejemplo sería la película Wannseekonferenz, que recrea con gran fidelidad la célebre conferencia alemana en la que se trató abiertamente de la “solución final” que los nazis pretendían aplicar sobre el pueblo judío.
Pero no siempre es así. Un texto biográfico no siempre puede conseguir –o ni siquiera pretender– convertirse en una muestra fiel de la realidad. Un ejemplo de este caso sería la obra teatral y película Amadeus, con un retrato de Wolfang Mozart totalmente erróneo y sin conocer adecuadamente su contexto histórico, además de incluir una subtrama muy exótica, en la que se muestra su supuesto intento de asesinato a cargo de Antonio Salieri.
Tomemos a continuación una obra pseudobiográfica muy atípica.
El extraño caso de Cyrano de Bergerac
La obra teatral de Edmond Rostand, escrita en 1897, dista mucho de Hercule-Savinien de Cyrano de Bergerac, el personaje real en que se basa. En realidad, su texto está tan alejado de su vida, que a cualquier ejemplar de la obra podría añadírsele esta célebre coletilla:“Los personajes y hechos retratados en esta película son completamente ficticios. Cualquier parecido con personas verdaderas, vivas o muertas es pura coincidencia”.
En primer lugar, cabe decir que el más célebre gascón de la literatura en realidad no fue tal ya que, algunos años antes de la redacción de Rostand, se descubrió que en realidad Cyrano era parisino de origen. Este detalle, que puede parecer nimio, no es más que un mero ejemplo de hasta qué punto el célebre drama está alejado de la realidad.
La cosa podría empeorar sensiblemente si de los datos físicos pasamos a la concepción del personaje. ¿Qué pensarían muchos amantes del protagonista romántico de Rostand si les descubriéramos que el verdadero Cyrano fue en realidad un consumado libertino? Probablemente, la decepción –si no la suspicacia– sería mayúscula.
Pues sí, Cyrano fue un férreo defensor del hedonismo, y de moral muy disipada. Por tanto, lo lógico en una adaptación fiel sería prescindir de su amor platónico Roxana, aspiración romántica de la que no tenemos documento alguno, para poner en su lugar al músico Charles Coypeau, quien con gran probabilidad fue amante del verdadero Cyrano mientras compartieron domicilio.
Por supuesto, estaremos todos de acuerdo que la manera más honesta de retratar teatralmente a un libertino no sea mostrándole perdidamente enamorado de una monja, como sucede al final de la dramaturgia de Rostand.
Cuando Realidad y Ficción riñen
¿Qué hacer ante estos casos? Da la casualidad que de los tres casos mencionados, personalmente, la obra a la que le tengo menos aprecio es en la que muestra la conferencia de Wansee. En cambio, el Cyrano de Rostand y el Amadeus de Schaffer siempre se han encontrado entre mis dramaturgias favoritas.
¿Soy un traidor a la historia cuando, precisamente, el guión de la película Wassenkonferenz se ha extraído de las actas mismas de la conferencia original? ¿Qué puede haber más fiel que eso?
Puede que, al fin y al cabo, una obra literaria no sea meramente un retrato histórico si no mucho más, ya que en realidad se trata de toda una amalgama de elementos cuya finalidad aristotélica es perseguir la catarsis, no la veracidad. Y tal vez debamos atribuir a esta veracidad un valor importantísimo, pero secundario o derivado, como hacemos con el vestuario o la iluminación de un montaje teatral.
O tal vez debamos considerar este tipo de obras imaginativas dentro de un género propio, como por ejemplo “aventuras en otros tiempos”, tal y como fueron las antiguas novelas de caballería, casi siempre ubicadas en tiempos y lugares remotos.
¿No os suena de algo, esta coletilla? Sí, todos recordamos leer algo parecido en el cartelón inicial de todas y cada una de las películas de Star Wars:
Tal vez este género de “aventuras en tiempos y lugares remotos”en las que incluiríamos el Cyrano y Amadeus, al alejarse del género histórico per se, también se haya acercado peligrosamente al de la ciencia-ficción. Pero como en estos dos casos en absoluto se habla de ciencia (igual que en la trilogía iniciada por George Lucas, pero eso ya es tema para otro artículo), si no más bien de historia, tal vez sea más adecuado denominar este género como “Historia-Ficción”.
¿Y sabéis qué? Que en realidad éste es un género que me encanta. Pese a todos sus defectos, hay tantas y tan grandes obras literarias que encajan en esta categoría, y tan pocas que se adapten a la realidad histórica retratada, que quizá valga más rendirse para abrazar al traduttore traditore soñador y hábil en reinventar el pasado, que a los pocos cronistas humildes y prisioneros de la realidad.
Porque, al fin y al cabo… ¿Vosotros a cuál de los dos Cyranos preferís?
Yo también. 😉
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