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Imaginemos. Una ciudad milenaria, una noche oscura como boca de lobo y unas altas murallas mirando a una planicie regada por dos ríos. Quizás una noche sin luna o envuelta en la bruma, somnolienta al ritmo del silencio inamovible. Sobre las murallas, los vigías apenas logran mantenerse despiertos, en constante lucha entre el deber y las circunstancias. Y el peligro, en estos días de turbulencias y bandas guerreras, es tan real como el frío que cala en los huesos.
Y entonces, en lo profundo de la noche, arranca la canción. Suave y rítmica se alza melódica y, retumbante entre las piedras, despierta al vigilante. En sus versos se canta la gloria de héroes largamente recordados, de gestas de edades casi olvidadas. ¡Oh tú que vigilas armado estos muros! Recuerda a los defensores pasados y mantente firme en tu puesto ante la larga noche.
No, no os habéis equivocado de página y no, hoy no haremos un homenaje a El Señor de los Anillos o a la fantasía épica (cosa que ya hemos hecho no hace mucho en una serie de entradas, ya sabéis). Hoy quiero hablaros de una de las muestras musicales más maravillosas de la Alta Edad Media: el canto de los vigías de Módena, de finales del siglo IX, más conocido como O tu qui servas, por su primer verso y que podéis escuchar en la excelente versión de La Reverdie.
O tu qui servas siempre me ha fascinado. Evidentemente por su contexto; cuesta no dejarse cautivar bien por la imagen de los centinelas cantores, luchando contra el sueño a base de repetir una canción que, estrofa a estrofa, recorre lo alto de las murallas en un ciclo sin fin, bien por el papel de las mujeres de la ciudad, que con su canto exortaban a los jóvenes centinelas a mantenerse despiertos y vigilar. Pero también por su contenido, toda una oda al pasado clásico que desmiente aquella vieja idea de que la Alta Edad Media era una época oscura en la que toda reminiscencia de las tradiciones clásicas se había evaporado.
Basta tan sólo un repaso rápido a los temas que trata la canción. En primer lugar, por encima de todos, la guerra de Troya, como no podía ser de otra forma. Los centinelas se asimilan al Héctor vigilante que, mientras vivió, mantuvo a salvo la ciudad, que acabó cayendo por la perfidia de los griegos y sus engaños. En segundo, el papel de los gansos capitolinos, los únicos que alertaron del saqueo galo de Roma en el 390 aC y cuyos graznidos permitieron que se pudiera salvar el Capitolio. Y para acabar, Geminiano, el obispo de Módena que logró defender la ciudad del ataque de Atila y sus hunos (de hecho durante muchos años Módena fue conocida como la civitas Geminiani en su honor).
Como podéis ver, tres referencias históricas remotas, muy lejanas entre sí, que aparecen perfectamente integradas en la canción y que, seguramente, eran ampliamente conocidas en la ciudad. Tres muestras de que la memoria del pasado romano no se había perdido en absoluto; al contrario, formaba parte del día a día de la ciudad.
Y de sus noches.
Aquí os dejo la letra:
O tu qui servas armis ista menia
noli dormire moneo sed vigila.
Dum Hector vigil extitit in Troia
non eam cepit fraudulenta Gretia.
Prima quiete durmiente Troia
laxavit Synon fallax claustra perfida.
Vigili voce avis ansea candida
fugavit gallos ex arce romulea.
Pro qua virtute facta est argentea
et a romanis adorata ut dea.
Confessor Christi pie Dei famule
Germiniane exorando supplica
ut hoc flagellum quod meremur miseri
celorum Regis evadamus gratia.
Nam doctus eras Attile temporibus
portas pandendo liberare subditos.
Fortis juventus virtus audax bellica
vostra per muros audiantur carmina.
Et sit in armis altera vigilia
ne fraus hostilis hec invadat menia.
Resultet Hecco comes eia vigila
per muros eia dicat Hecco vigila.
Publiqué esta entrada originariamente en mi blog Entre Historias, el 21 de junio de 2013. Podéis encontrarla aquí.
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