Óscar Álvarez Alonso
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La cetrería fue declarada Patrimonio Cultural Inmaterial de la Humanidad el 16 de noviembre 2011 gracias a la aportación de 13 países. Mucho hemos recorrido aves y homínidos desde aquellas estepas de Asia central donde halcones y águilas seguían a los rebaños de los pastores nómadas, aprovechándose de las aves y pequeños mamíferos que asustaban a su paso. Entonces eran las rapaces quienes utilizaban al ser humano.
Fuente: Wikimedia
Fue en esas mismas zonas del planeta donde se descubrió que las aves son dinosaurios, auténticos fósiles vivientes, descendientes de algo parecido al temido velociraptor de las películas de Spielberg, aunque mucho más pequeño (1). Era algo que lógicamente, no podía saber el hombre de la Edad Media, pero fue lo único, porque la bibliografía nos dice que nadie ha estudiado nunca las rapaces como lo hicieron ellos. Federico II Hohestaufen elaboró ya en el siglo XIII la obra cumbre (2), De arte venandi cum avibus, manual de ornitología, cetrería y veterinaria centrada exclusivamente en aves. A él se pueden sumar si hablamos de la Península Ibérica El libro de la caza escrito por el infante Juan Manuel o el Libro de la caza de las aves del cronista Pedro López de Ayala, influidos ambos dos por el primero (3).
Fuente: Wikimedia
La relación del hombre con otros seres vivos a los que ha conseguido “amansar” sin intención de que le sirvieran de alimento, se basa en un mutualismo algo descompensado. Nosotros aprovechamos las aptitudes de un animal para alguna tarea y éste, a su vez, recibe resguardo y alimento periódicamente de la mano de su cuidador. Para ello se escoge habitualmente animales sociales, acostumbrados al contacto con otros individuos, como caballos, cabras, perros o bueyes. Pero en la cetrería esa relación es todavía más especial. Halcones, azores, gavilanes, esmerejones y demás rapaces son aves solitarias, que generalmente se emparejan de por vida, por tanto una vez capturados se encuentran en una situación totalmente desconocida, fuera de cualquier contexto para el que su instinto está preparado. De ahí, quizás, que una de las características que más se destacan en la cetrería medieval es el “ánimo” del animal que maneja el halconero. Si es tozuda, cobarde o noble. Tanto es así que el halcón peregrino (falco peregrinus) llega a denominarse en los tratados de la época como halcón gentil y siguiendo esa tradición, hoy el azor común lleva ese calificativo en su nombre científico, Accipiter gentilis.
Fuente: Wikipedia
Por tanto ¿Por qué mantener aves, en muchos casos difíciles de entrenar y costosas de mantener en momentos en los que no suponen una ventaja real a la hora de obtener alimento? Ayala contesta que al hombre noble “fincábale saberlas regir” y “fincábale saberlas guaresçer e melezinar quando adoleçían o eran feridas”. La “caça”, término que identificaba inequívocamente al uso de éstas aves por oponerlo a la montería, era solamente un aspecto más de la cetrería. A un noble le gustaba ver volar a su ave, le hacía leer el terreno para lanzarla a favor de viento y darle más ventaja para que cobrase la pieza. Le gustaba entrenarla para convertir a su ave en “garçera” y “gruera” y que pudiera atacar aves que triplican su tamaño y además cuidarla si resultaban herida en el lance. Le hacía ser más noble.
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El cetrero medieval se insertó en la naturaleza de una manera como no lo ha vuelto a hacer el ser humano, siendo al mismo tiempo actor y espectador humilde del desarrollo natural de los acontecimientos. Y todo con sus gentiles dinosaurios en la mano.
(1) Turner, Alan H. (Alan Hamilton); Makovicky, Peter J.; Norell, Mark. A review of dromaeosaurid systematics and paravian phylogeny. (Bulletin of the American Museum of Natural History, no. 371)
(2) Egerton, F (2003), «A History of the Ecological Sciences» , Bulletin of the Ecological Society of America (Esa pubs) 84 (1): 40–44.
(3) Fradejas Rueda, José Manuel, «La influencia del De arte venandi cum avibus de Federico II en el Libro de la caza de Juan Manuel», en Los libros de caza. Seminario de Filología Medieval, Instituto de Estudios de Iberoamérica y Portugal, Universidad de Valladolid, 2005, págs. 41-54.
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