Óscar Álvarez Alonso
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Los complejos mundos que se revelan tras las miradas de Tolkien y Martin, cercanos y distantes entre sí en función del prisma y el grado de profundidad conforme al que contrastemos sus obras, delinean en el mundo natural un protagonista sin el cual no es posible comprender en su totalidad ambas sagas. Lejos de entenderlo como simple adorno o marco de la acción, el universo tolkieniano encierra un simbolismo cargado de metáforas alusivas al siglo pasado, que será después utilizado por Martin para formular un significado acorde al decorado medieval en el que inscribe su trama literaria, donde resuena con fuerza el sentido emblemático del mundo animal. Este juego de claroscuros y contrastes puede abordarse desde ópticas muy dispares, siendo un buen punto de partida el huargo. Un animal voluntariamente perverso y descastado para Tolkien que se convierte en la novela martiniana en la insignia de la fuerza, la lealtad y la nobleza que resiste ante la adversidad norteña más allá del Muro.
“El lobo huargo es el emblema de vuestra casa, mi señor”. De esa manera Jon Nieve nos muestra el principal uso que G. R. R. Martin da a la naturaleza, aunque más adelante lo analizaremos. En este caso, además de un emblema, los cachorros de huargo acompañarán y protegerán a los miembros del clan Stark, noble cometido para un animal que por el contrario Tolkien usa como criatura brutal, maligna y en no pocas ocasiones montura de los orcos. Este análisis encierra, sin embargo, una pequeña trampa. Si acudimos al original del autor americano, vemos que la palabra que utiliza no es warg, vocablo inglés que sí usa Tolkien y que se identifica con una especie de lobos mitológicos, sino direwolf, traducido al español como “huargo” pero que hace referencia a un lobo de gran tamaño, que existió en realidad en Norteamérica, el Canis dires. Por tanto el primer punto en común no lo es tanto, ya que sensu stricto ambos autores se refieren a cosas diferentes. El primero, a un lobo como tal y el segundo, siguiendo sus constantes referencias a las leyendas nórdicas, a un animal fantástico.
Las obras de Tolkien muestran una naturaleza muy activa, muchas veces preciosista (no hay más que ver la descripción del Mallorn) e icónica. Los animales e incluso las plantas se presentan dentro de las tramas como actores propios y a la manera de los cuentos, águilas, Ents y ucornos, Mearas, balrogs o los citados huargos hablan sus propias lenguas, tienen sus propias historias e incluso muchos de ellos son nombrados y calificados como reyes de sus respectivas especies: Thorondor o Gwaihir de las águilas, Bárbol en los Ents, Sombragris en la raza de caballos de los Mearas o Gothmog como señor de los Balrogs, son personajes destacados en la Tierra Media. Además podemos encontrar simbolismo en los animales más allá de sus propios atributos, ya que el británico volcó gran parte de sus experiencias vitales a modo de metáforas gracias a estos seres. Las bestias aladas de los Nazgûl y la reacción que provocan en los hombres no son sino el reflejo de lo que ocurría con los aviones de la primera y segunda guerra mundial. La destrucción de los bosques cercanos a Isengard es una referencia inequívoca a la industrialización del siglo XX y su visión de cómo ésta destruiría la naturaleza. Quizá una de las más evidentes y reiteradas a lo largo de su obra es el rol desempeñado por las águilas. El autor nacido en Bloemfontein, devoto cristiano, otorga el papel del deus ex machina (1) del teatro clásico griego al ave que se identifica con Jesucristo(2).
Si viajamos a Poniente, lo primero que podemos ver es muchísima más variedad de animales y plantas, pero en este caso de manera pasiva. Las casas al sur del muro se identifican con seres vivos como el león, el ciervo, el águila, la trucha, la rosa, el oso… pero con un somero vistazo –y utilizando fuentes no canónicas– podemos encontrar cocodrilos, armiños, langostas (realmente bogavantes pero los americanos ya sabemos que llaman como quieren a lo que les da la gana), caballos, perros, leviatanes, serpientes, buitres y un largo etcétera de combinaciones de todos ellos. Martin hace uso de la heráldica para introducir a los seres vivos y son las casas las que tienen en su emblema una cosa u otra en función de los rasgos del animal, si es representativo del territorio que dominan. Así, hay animales que simbolizan el poder, identificados con la fuerza y la monarquía, como son el León de los Lannister o el Ciervo de los Baratheon; la nobleza y el honor encarnados en el águila de los Arryn. Quizá no sea intencionado, pero incluso la vieja casa Mormont, con el oso por bandera, recoge ese simbolismo que Pastoureau le atribuye al plantígrado, un animal fuerte y noble venido a menos, símbolo del poder desbancado. No en vano el lema de la Isla del Oso es “Aquí aguantamos”(3).
Hemos reservado el espacio final para un animal casi totémico y que vuelve a interconectar, esta vez sí, a los dos autores. El dragón de ambos es icónico, medieval, con aspecto de reptil alado. Una bestia de la naturaleza casi indestructible que escupe fuego y que en ambos universos eran animales frecuentes que poco a poco comenzaron a desaparecer hasta quedar como un recuerdo polvoriento y entrañable. Smaug, “la más importante, la más grande de las Calamidades”; Drogon, Viserion y Rhaegal, son los últimos de su especie; y a pesar de ello, conservan una memoria orgullosa que mantiene vivo el recuerdo de sus antepasados (Glaurung o Balerion por citar algunos) como feroces y poderosas bestias que forjaron el miedo en los hombres.
Al igual que ha cambiado nuestra relación con el mundo natural a lo largo de la historia, también la naturaleza cambia en estos dos mundos que presentan las sagas de la literatura fantástica más reconocidas por el gran público. El británico, apoyándose en su particular contexto vital y su bagaje cultural, crea paisajes y seres, a los que concede una idiosincrasia propia. Por el contrario, el norteamericano adapta a un escenario lúgubre y bárbaro, clichés intencionadamente (y erróneamente) asimilados a la Edad Media, destellos que refuercen el aspecto pretendido para inscribir su historia. En definitiva, dos mundos aparentemente cercanos, pero distantes cuando se enfoca la mirada con detenimiento sobre ellos y los árboles desaparecen, para poder apreciar el bosque.
(1) Esta referencia se la he de agradecer al blog elcriticoabulico.com
(2) Agradezco encarecidamente esta referencia a Diana Pelaz Flores.
(3) Michel Pastoureau. L’ours. Histoire d’un roi déchu, Paris, Éditions du Seuil, 2007. (edición castellana El oso. Historia de un rey destronado, Barcelona, Paidós, 2008.)
Esta entrada forma parte de nuestra serie de entradas sobre J.R.R. Tolkien y G.R.R. Martin en el primer aniversario de nuestro blog. Aquí podéis encontrar los enlaces al resto de entradas:
. Alberto Reche: El Señor de Poniente en el Trono de Mordor
. Jordi Morera: Tolkien y Martin: Construcción y Deconstrucción de un Género
. Marcel Vilarós: El relojero y el programador: Personajes de la Tierra Media y de Poniente
. Lledó Ruiz: Excepcionalmente humanas, humanas excepcionales: Las mujeres en la literatura de Tolkien y Martin
. Raúl González: ¿Hay vida más allá de Tolkien y Martin?
. Óscar Álvarez: Huargos creados, dragones adaptados
Información Bitacoras.com
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