Cristina Párbole Martín
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Miramos el mundo y nos damos cuenta de que no ha cambiado tanto respecto a lo que veían nuestros antepasados medievales. No me refiero al hecho de que ahora tengamos tecnología, mejores condiciones higiénicas y menos enfermedades, me refiero a que nuestros miedos son parecidos y nuestras flaquezas iguales.
Corríjanme si me equivoco, la avaricia aterraba al hombre del Medievo y si la iglesia ilustraba los templos con dicho pecado es porque era bastante habitual. Cambiemos los capiteles por la televisión y veremos a multitud de personas que amasan grandes cantidades de dinero mediante actos que cualquier hombre de la Edad Media consideraría suficientes para arder en el infierno.
Quedémonos en la Edad Media y en el románico…Como nos indica Marta Poza Yagüe uno de los textos que más pudo influir en la representación de la avaricia fue la “Psicomaquia” del autor Prudencio que describe el enfrentamiento “entre Largitas y Avaritia, entre la Caridad/Generosidad y la Avaricia, dice de esta última que alzando su vestido para formar una ancha bolsa, agarró con su corva mano cuantos objetos preciosos abandonó el Lujo voraz… No le basta el haber llenado los amplios pliegues; le place el apretar en bolsas esa torpe ganancia y ensanchar con sus rapiñas los repletos talegos”. [1]
La avaricia la encontramos ya condenada en el Antiguo Testamento; Ezequiel señala: “el que engendre un hijo que…preste usura y acepte interés, este hijo no vivirá porque ha cometido abominaciones, morirá y su sangre recaerá sobre él” [2]. Por su parte, en el Deuteronomio se dice: “No prestarás a usura a tu hermano ni dinero, ni granos y ni otra cualquier cosa […] Más a tu hermano le has de prestar sin usura lo que necesita.” [3]
La representación del usurero con la bolsa empieza a plasmarse en piedra en época románica, la más habitual es aquella en la cual la bolsa de monedas pende del cuello del portador. Dicho pecador puede aparecer rodeado de seres infernales o prisionero de un demonio que lo agarra para someterlo algún cruento castigo.
Su difusión por los diferentes templos atiende a las transformaciones económicas que vive la sociedad medieval. La opinión negativa que se tenía de los usureros quedó plasmada en decretos, comentarios, “exemplas” y en el derecho canónico. Respecto a los castigos que sufre el avaro, encontramos toda una serie de tormentos infernales, el encadenamiento por soga al cuello y la amputación de la lengua. El castigo de atar una cuerda al cuello y exponer al condenado nos aparece recogido en el Fuero de León de 1017: “y el que cometiere violencia pagará al Concejo cinco sueldos, y este le dará cien azotes, llevándolo en camisa por las plazas de León, y atada al cuello una soga”. [4]
Esta iconografía ha hecho que identifiquemos el capitel con una representación de Judas, pues no debemos olvidar que Judas era el prototipo de avaro y el peor de los discípulos, que vendió a Jesús por una bolsa de monedas. El evangelio de San Mateo será el único que haga referencia a este suceso: “el que había entregado viendo a Jesús sentenciado, arrepentido de lo hecho, restituyo las 30 monedas de plata a los príncipes de los sacerdotes y a los ancianos. Diciendo: yo he pecado, pues he vendido la sangre inocente […]. Más él arrojando el dinero en el templo se fue y echándose un lazo, se ahorco”. [5]
En la Edad Media el pecado se ve como un marcador del tiempo histórico; para los cristianos se establece un antes y un después del Pecado Original. Todo acto o pensamiento que realiza el hombre medieval está enfocado a la salvación o a la perdición; cuando el cristiano medieval piensa en algo sus vistas están puestas en si ese acto le será beneficioso o le perjudicará en su salvación cuando muera; la vida se reduce entonces a una lucha constante entre virtud y pecados.
La avaricia aterraba al campesino al cual se le recordaba su obligación con los señores y los peligros de no pagar lo estipulado. Siglos después el terror es el mismo aunque hay algunos intocables a los que ese miedo no asusta, para que luego digan que hemos cambiado.
[1] Poza Yagüe, M: “La Avaricia”. Universidad Complutense de Madrid. Dpto. Historia del Arte I (Medieval). Revista Digital de Iconografía Medieval, vol. II, nº 4, 2010, Pág. 9-10.
[2] Ezequiel 18:13.
[3] Deuteronomio 23:19.
[4] Gómez Gómez, A: “Del vicio de la usura a la marginación de los mercaderes”. El Protagonismo de los otros. La imagen de los marginados en el Arte Románico”. Bilbao, 1997.
[5] Mateo XXVII: 3-5
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