Óscar Álvarez Alonso
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La región de Languedoc es sinónimo de cruzada, batallas, cátaros, borgoñones e ingleses y, tras El código Da Vinci, lugar de culto pseudocientífico. Pero en la memoria de la región además de todo ello hay un hecho que se recuerda y está presente en numerosos símbolos de ciudades y pueblos de la zona, en esculturas y monumentos, e incluso en museos. Durante 3 años del siglo XVIII los habitantes de las zonas de Auvernia, Velay y Gèvaudan entre otras, fueron víctimas de los ataques de un “devorador de hombres” que ha pasado a conocerse como La Bestia de Gèvaudan.
Pongamos primero en situación la región, que hoy se enmarca en el departamento de Lozère. Es boscosa y abrupta y en 1764 vivía principalmente de la agricultura y la ganadería. La zona había sido objeto de las revueltas de los camisards desde principios de siglo hasta 1715, por tanto era una región en la que todavía se encontraban compañías de dragones, que habían sido enviados para convertir por la fuerza a los protestantes calvinistas, compañías que tenían por costumbre vivir a costa de los habitantes de los pueblos donde se alojaban. Además Francia había sufrido la convulsa guerra de los Siete Años, acabada un año antes. Por tanto un país derrotado que había perdido grandes posesiones en América y Asia. En este contexto se desencadenarán y mezclarán los miedos ancestrales del hombre a los bosques y sus legítimos habitantes, la religión, la política, los más bajos instintos humanos y hasta el héroe que acaba con el monstruo de forma casi redentora.
Los ataques se comienzan a documentar el 30 de junio de 1764, cuando una niña de 14 años es enterrada y se hace referencia explícita a que fue muerta por el ataque de una bestia. A ella se sucederán más ataques siempre con preferencia sobre niños y mujeres que pastorean el ganado.
Tras los primeros ataques y las posteriores batidas de los cazadores locales, que no consiguen frenar las muertes, las autoridades deciden llamar al Capitán Duhamel que acude con los dragones de la zona y ocurre el primero de los hechos que comienzan a dar pábulo a los rumores, ya que tras la llegada de los soldados a la zona del bosque de Mercoire los ataques se trasladan casi 100 kilómetros al noroeste. Como se puede imaginar por la situación religiosa vivida años antes, el obispo de Mende tilda entonces al animal como un castigo divino por los pecados de los hombres y mujeres de la región, mientras las autoridades comienzan a ofrecer recompensas por su caza.
Ante la falta de resultados de Duhamel es la corona quien toma medidas y en el segundo año de los ataques envía a sus mejores cazadores, entre los que se encuentra François Antoine, el primero que consigue matar a la Bestia, a la que se identifica como una gran loba. Éste es el segundo momento crucial ya que aunque el cadáver es presentado ante Luis XV, a finales de 1766 se recrudecen los ataques, lo que hace que la Bestia se considere resucitada. El miedo se vuelve a apoderar de la población.
Y es aquí donde aparece Jean Chastel como el héroe que todo mito necesita. Chastel, granjero local y cuyos hijos habían sido encarcelados por creerse relacionados con los ataques, decide acabar con el monstruo. A la vista de las características de la Bestia y siempre haciendo caso de las historias que se han transmitido, hace fundir medallas de plata de la Virgen que transforma en balas, se posiciona en campo abierto solo y cuando ve aparecer al monstruo recita una letanía, apunta su arma y lo mata de un disparo que le atraviesa el corazón.
Pero queda un giro más. El cuerpo es analizado y mostrado públicamente en el castillo de Besque. Allí se hace un informe detallado de las medidas y el peso de la Bestia, que atendiendo a los documentos conservados en los Archivos Nacionales franceses medía 136,8 cm de largo, 50 cm de altura en la cruz y unas fauces de 16 cm. Llama la atención, por ejemplo, el grosor de la cola, de casi 10 cm. Este animal fue disecado pobremente y cuando se llevó a París estaba totalmente putrefacto, de modo que se extrajo su esqueleto y se expuso, pero en el siglo XIX un incendio en el museo acabó por completo con los restos, perdiéndose toda posibilidad de análisis moderno. A día de hoy hay innumerables libros, teorías (las más harían frotarse las manos a Iker Jiménez), análisis y artículos. Se habla de animales exóticos como tigres, lobos marsupiales, hienas o monstruos prehistóricos, de conspiraciones políticas y, cómo no, de hombres lobo. Lo cierto es que en el periodo que va de 1764 a 1767, según las fuentes, más de 100 personas, entre mujeres, niños y niñas, murieron a manos de un animal. ¿Qué animal? Si atendemos a la descripción de la mandíbula del informe que nos dice que la Bestia tenía 6 incisivos, 2 colmillos y 12 molares arriba y 6 incisivos, 2 colmillos y 14 molares abajo, la realidad nos dice que es exactamente la fórmula dental de un lobo, y aunque las proporciones, medidas y los colores descritos se salen de lo habitual, no hay que olvidar que los lobos se aparean fácilmente con los perros, lo que haría que un cruce de un perro grande contribuyera a dar un lobo con características poco comunes, pero lobo al fin y al cabo.
Para quien quiera, además de los libros que todos los años se publican, en 2001 se estrenó la película El pacto de los lobos, que narra la historia. En ella se mezclan los personajes y hechos reales con otros otros inventados y un cierto aire manga (especialmente bizarro es el indio iroqués que es experto en artes marciales). La película no deja de ser un blockbuster, pero recoge bien la esencia de los acontecimientos.
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