Diana Pelaz Flores
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Tengo 29 años, soy española y soy mujer. Esta circunstancia condiciona mi percepción del mundo, pero también la mirada que él me devuelve. Desde nuestra perspectiva occidental, puede parecernos que el duelo de los sexos ha quedado ya obsoleto, sin necesidad reivindicativa alguna. Nada más lejos de la realidad. Y lo que es peor, dejaríamos de lado las barreras a las que miles de mujeres se enfrentan día a día, de manera silenciosa, aparentemente sumisas y conformes, cínicamente inexistentes a nuestros ojos.
Quizá nosotras no podamos ver el techo de cristal que pesa sobre nuestras cabezas. Quizá sea difícil de asumir que en la sociedad occidental todavía existan “micromachismos”, a veces no tan “micros”, que hagan de las mujeres, jóvenes y no tan jóvenes, seres vulnerables, atemorizados, infravalorados. Que sigamos secundando el papel de perfecto actor secundario en una tragicomedia cíclica en la que, de entrada, somos hijas, madres, esposas o hermanas de.
Para entender estas situaciones que la rutina y el tedio nos hacen pasar por alto a menudo, es conveniente tomar distancia y observar. Es incluso mejor, formar parte de un escenario distinto, para que broten de inmediato las diferencias como si se tratara de un pasatiempo infantil. No es extraño que los ojos de Fatema Mernissi vibraran atónitos ante la consideración de la mujer por la sociedad occidental. Aun más sorprendente puede parecernos que fuera una mujer musulmana la que hiciera notar la cosificación de esas mujeres tan libres y aparentemente seguras de sí mismas como somos las occidentales.
Mernissi supo encarnar a la mujer del vestido de plumas que narraba Sherezade en las “Mil y una noches”, al conseguir salir del harén en el que nació y conquistar su libertad frente a la intención de mantenerla encerrada para someterla. Un harén, el vivido por la socióloga marroquí, cuyos muros buscaban poseer a las mujeres por recelo a su capacidad de acción, e incluso de control sobre la acción del varón, puesto que “femenino” y “sumisión” no son conceptos que vayan parejos. Por el contrario:
La feminidad es el crisol emocional en el que están representadas todas las fuerzas perjudiciales, tanto del mundo real como del imaginado. [No obstante] En la versión occidental del harén lo femenino no representa amenaza alguna, (…) (1)
Si se escucha con atención, en nuestra vida cotidiana se pueden oír voces en contra de las reivindicaciones que siguen haciendo en la actualidad movimientos a favor de los derechos de las mujeres. ¿Para qué seguir insistiendo en discursos caducos, si de sobra sabemos que varones y mujeres somos iguales, a pesar de nuestras diferencias superficiales?. Lo que quizá no es tan sencillo de ver, ni siquiera cuando abrimos la pequeña ventana al mundo que constituye nuestra pantalla de ordenador o de televisión, es que los tipos de coacción, violencia y barbarie contra las niñas y las mujeres en el mundo actual son tan diversos como prolífico es el cerebro humano a la hora de crear nuevas formas de crueldad o sometimiento. O, ¿acaso no vivimos con el sempiterno propósito de embutirnos en una talla determinada de pantalón, culpabilizándonos por no saber permanecer a una distancia prudencial de la nevera?
En todo caso, han sido y son muchas las mujeres que, vestidas con su traje de plumas, han sido capaces de transgredir el modelo que les correspondía. Ha trascendido su obra, su capacidad, su valía, su arrojo; su convicción, en definitiva, de que tenían algo que decir (cuando no gritar), al mundo. Así, podemos encontrar nombres como el de Indira Gandhi, Rigoberta Menchú, Malala Yousafzai o Leymah Roberta Gbowe. Y únicamente si recurrimos a los ejemplos que han logrado trascender de manera rotunda gracias al reconocimiento internacional de su labor. A ellas debemos unir muchas más voces femeninas silenciosas pero vitales, como a las que dedicaba sus versos Olga Zamboni:
“portadoras del arrorró y la cuna
pero también
del cuchillo que corta
del panfleto que vuela
por la justicia ausente
y por las mil y una maneras de bendecir la vida
en el amor que duele
en el dolor que ama.
Siempre mujeres adelantándose a los tiempos
Luchadoras empedernidas
Pronombres empecinados heridas abiertas
Compañeras amigas camaradas
Desconocidas luces arduas en el camino”. (2)
Mujeres cuyas alas son de plumajes majestuosos, dispuestas a alzar el vuelo ante la perplejidad de un ayer polvoriento, consternado ante el paso del tiempo.
(1) Fatema Mernissi, El Harén en Occidente, Barcelona, Espasa, 2000, p. 36
(2) Olga Zamboni, Mitominas, Buenos Aires, Ediciones Rueca, 2003, p. 7.
[…] sino que es negarnos las claves para comprender nuestro pasado. Es, además, un flaco homenaje a todas esas mujeres con vestidos de plumas sin las cuales la vida sería otra cosa pero, sin duda, mucho menos […]