Imaginemos. Una ciudad milenaria, una noche oscura como boca de lobo y unas altas murallas mirando a una planicie regada por dos ríos. Quizás una noche sin luna o envuelta en la bruma, somnolienta al ritmo del silencio inamovible. Sobre las murallas, los vigías apenas logran mantenerse despiertos, en constante lucha entre el deber y las circunstancias. Y el peligro, en estos días de turbulencias y bandas guerreras, es tan real como el frío que cala en los huesos.
Y entonces, en lo profundo de la noche, arranca la canción. Suave y rítmica se alza melódica y, retumbante entre las piedras, despierta al vigilante. En sus versos se canta la gloria de héroes largamente recordados, de gestas de edades casi olvidadas. ¡Oh tú que vigilas armado estos muros! Recuerda a los defensores pasados y mantente firme en tu puesto ante la larga noche. Continue reading