Óscar Álvarez Alonso
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Moby-Dick, la obra de Herman Melville es de 1851 pero el Pequod, a pesar de ser un ballenero decimonónico de madera, sigue navegando, acumulando millas con el capitán Ahab al frente y todos nosotros detrás prestos a la aventura, movidos por qué no decirlo, por ese reluciente doblón clavado en el mástil. A nuestra proa un cachalote blanco y un poco más allá, por allí resopla, una historia universal de obsesiones y épica.
Han sido muchas las adaptaciones cinematográficas del libro (para mí cualquier colérico y furibundo lobo de mar tendrá la cara de Patrick Stewart), pero hasta ahora no había ninguna de los hechos que inspiraron a Melville, una historia que sí comienza en Nantucket pero se remonta más de 30 años antes de la publicación de novela, a 1819 y al navío Essex. Un barco hundido por un cachalote invicto y una tripulación al límite en aguas del Pacífico sur.
Todo lo que les ocurrió a los supervivientes se cuenta en la película En el corazón del mar, que a lo largo de 2 horas mezcla dos tramas. Primero, la hipotética conversación nocturna de un joven y ambicioso Melville con uno de los marineros que iba a bordo del Essex. Segundo, el propio relato del superviviente que se centra en la relación del Primer Oficial Owen Chase y el Capitán George Pollard, antes y después del hundimiento.
Para quien le guste el cine marinero (The Bounty o Master and Commander ) como es mi caso, la película le hará pasar un par de buenas horas, aunque siendo sinceros mejor y más ágil la primera que la segunda. Pero para todos, sin discusión, lo más recomendable es coger las más de 700 páginas que tiene la novela y descubrir si somos capaces de sobrevivir al leviatán. Cosa que, por cierto, ni el propio Melville consiguió.
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