Oliver Vergés Pons
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La mayoría de personajes relevantes del imaginario catalán de hoy en día vivieron durante los siglos medievales o modernos. Guifré el Pilós, Jaume I, Serrallonga o Rafael de Casanova son un buen ejemplo de ello. En algunos casos, no en todos, la fama de estos personajes proviene de la importancia que les dieron los autores románticos del siglo XIX, una fama que puede no corresponderse con su verdadera trascendencia histórica. Serrallonga, por ejemplo, era un bandolero con una cuadrilla relativamente importante, pero sin duda menor a la de otros bandoleros como Joanot Cadell, señor de Arsèguel y cabecilla de una tropa que podía llegar a los cuatrocientos o quinientos hombres, protagonistas de las actuaciones más extraordinarias. La fama del primero, con todo, supera claramente la del segundo. En el imaginario pirenaico, la situación es similar. En la Seu d’Urgell son muy recordados y venerados los obispos Ermengol y Ot (ss. XI – XII), ambos considerados santos. El fervor que estos importantes obispos despertaron casi desde su muerte ha hecho olvidar a otros personajes que también han tenido su lugar en la historia, como el obispo Sala (980 – 1010), de quien hoy queremos hablar.
Los orígenes del obispo Sala
Sala era hijo de los vizcondes de Conflent Isarn y Ranlo. Tenía un hermano mayor, Bernat, cosa que le situaba en segundo lugar en la sucesión del cargo paterno. Esta situación, como sucedía a menudo en las élites de los condados de la época, hizo que Sala fuese dirigido por sus padres a la carrera eclesiástica. La familia de los vizcondes de la cual procedía era de la más importantes de la Catalunya Vella, sobre todo por el hecho de tener sus dominios en una zona de paso tan importante como era el Conflent, lugar por donde transcurría la vía que desde hacia siglos servía para unir la Península Ibérica y la Galia a través de los valles del Segre i del Tet. Además, el título de conde de Conflent hacía años que se había unido al de los soberanos de Cerdaña, hecho que convertía a la familia vizcondal en el primer poder territorial de la región.
La elección de Sala como obispo de la Seu
En el año 974 Sala aparece documentado como arcediano de Urgell, un cargo que le predisponía a suceder al obispo que gobernaba la Seu en aquellos años, Guisad II. Con todo, creemos que la vinculación con la Iglesia urgelitana habría empezado unos años antes, un período de tiempo que habría servido al joven Sala para formarse a todos los niveles. En el año 978 se documenta el último acto de Guisad y, tres años más tarde, el primero en que Sala actuó como obispo. En estos tres años, pues, se habría producido su elección como prelado. Hay que decir que a lo largo de esta centuria los condes de Urgell tenían un firme control sobre el cargo episcopal y normalmente eran ellos quienes elegían al obispo. Los criterios de elección eran muy sencillos: debían de ser fieles al conde y normalmente le pagaban una suma importante de dinero a cambio de ser elegidos para llevar la mitra urgelitana. La compra de cargos, conocida como simonía, estaba en el orden del día en la Iglesia catalana y europea de los primeros siglos medievales y no fue prohibida de manera contundente hasta la reforma gregoriana. Aunque no podamos probarlo documentalmente, lo más probable es que Sala hubiese sido elegido después de que la familia vizcondal de Conflent hubiese pagado una suma importante al conde Borrell de Barcelona y de Urgell. Sea como sea, hacía el año 980, Sala se convirtió en obispo de Urgell.
Los años del obispo Sala (980 – 1010)
La trayectoria de este personaje como obispo de Urgell fue dilatada y estuvo cargada de éxitos. Durante su mandato, como venía haciendo su predecesor, aplicó de manera universal la décima episcopal, un impuesto que representaba un 10% de la producción. Si bien este impuesto se había comenzado a aplicar en la Catalunya Vella desde hacía casi un siglo, su generalización y universalización no se produjo hasta mediados del siglo X. Guisad II, en este sentido, fue mucho más sistemático que sus predecesores y Sala dio otro giro de rosca. Aunque el establecimiento definitivo de esta fiscalidad no se produjo hasta bien entrado el siglo XII, cuando la red parroquial quedó plenamente definida, podemos considerar que en el caso de Urgell el papel de Sala fue importante de cara al futuro inmediato del obispado.
También debe atribuirse a Sala el inicio de la construcción del patrimonio terrenal del obispado de Urgell. Es cierto que esta institución ya tenía posesiones importantes antes de su elección como obispo, pero también lo es el hecho que durante sus años de gobierno este patrimonio aumentó considerablemente. En primer lugar, por un aumento de las donaciones pro anima hechas por particulares. Los miedos del Año Mil, el creciente peso de la Iglesia en la sociedad y la voluntad de ganarse el Paraíso hicieron que hacia finales del siglo X la donación de propiedades a la Iglesia aumentase de manera destacada. Y, en segundo lugar, el creciente interés de los condes por la frontera, situada en aquellos años en la zona de Meià, Montmagastre, Ponts y el valle del Llobregós, hizo que poco a poco se comenzasen a desprender de sus posesiones al norte del condado. Esto benefició claramente a los dos principales poderes urgelitanos de esta región, los vizcondes de Urgell y el obispado. En este sentido, los vizcondes recibieron, en el 989, diferentes propiedades en el valle de Castell-lleó, hecho que llevó a esta familia a territorializarse en ese lugar, que a partir de ese momento recibiría el nombre de Castellbò, un topónimo que definiría la familia vizcondal durante toda su historia. Por otra parte, el obispo permutó con los condes diversas propiedades que tenía en los condados de Cerdaña y Berga por otros que el conde Borrell II de Barcelona – Urgell tenía al norte del condado, los valles de Andorra. Aunque los obispos no consiguieron la propiedad total de Andorra hasta el 1133, lo cierto es que Sala puso la primera piedra de un dominio que hoy en día, aunque de forma diferente, aún pervive.
Durante su episcopado, por otra parte, Sala tuvo que hacer frente a una grave situación que hacía peligrar los dominios de la Iglesia de Urgell en los condados de Cerdaña y Berga. Estos territorios, dependientes de los condes de Cerdaña, sufrían un agravio comparativo con otros condados catalanes, sobretodo en relación al bloque formado por Urgell – Barcelona – Osona – Girona. Mientas que estos últimos disponían de sedes episcopales propias, hecho que daba a sus soberanos una gran ascendencia sobre la Iglesia de la Catalunya Vella, los territorios dependientes de los condes de Cerdaña (Cerdanya, Berga, Conflent, Capcir y Besalú) no tenían ninguna sede episcopal. Así, a finales del siglo X, el ya citado conde Borrell II dominaba nada más y nada menos que cuatro sedes episcopales, mientras que su pariente Oliba Cabreta no controlaba ninguna. Esto obligaba a los señores territoriales de estos lugares a comprar cargos eclesiásticos a sus vecinos, algunos de los cuales dependían de condes como los de Barcelona con quien rivalizaban, pagando cantidades desorbitadas. Este hecho, sumado a la aplicación de una fiscalidad eclesiástica de la cual no extraían ningún beneficio, hizo que hacia el año 990 los soberanos de Cerdaña usurpasen las propiedades que el obispado de Urgell poseía en sus territorios. La respuesta de Sala fue contundente, excomulgando todos los habitantes de dichos condados a excepción, curiosamente, de sus soberanos, y prohibiendo la celebración de oficios religiosos, además de pedir el apoyo del resto de jerarcas eclesiásticos de las sedes episcopales vecinas. Esta contundencia, la imposibilidad de cambiar de manera fácil el status quo vigente y, suponemos, la mediación del conde Oliba de Berga –futuro abad de Cuixà y Ripoll y futuro obispo de Vic– habría solucionado definitivamente el conflicto. Sea como sea, Sala defendió con fuerza los intereses de la sede que dirigía, además de demostrar una gran erudición en la encíclica que envió a las sedes episcopales vecinas.
De Sala también cabe destacar la visita que hizo al Papa, acompañado de Ermengol I de Urgell en el año 1001. Des de mediados del siglo X, las élites de los condados catalanes protagonizaron un proceso de apertura hacia la sede apostólica, la nueva fuente de legitimidad que venía sustituyendo el poder de unos monarcas francos en plena desintegración en los condados catalanes. De Roma, condes y obispos volvían con bulas que confirmaban privilegios y propiedades, unos documentos fundamentales para defender el patrimonio de las diferentes instituciones que representaban. El conde Ermengol ya había viajado en el año 998 a Roma, donde se había entrevistado con el emperador Otón III y con el papa Gregorio V. Por diversos conflictos políticos en la ciudad de Roma, el papa Silvestre II se encontraba en el año 1001 en Ravena y fue allí donde recibió a Ermengol y a Sala, a quien aconsejó sobre diferentes cuestiones. Sala volvió a su diócesis con una bula papal que renovaba la que había recibido su predecesor Guisad II, en el 951, y que confirmaba las nuevas posesiones obtenidas por el obispado hasta aquel momento.
A partir del año mil, otro personaje clave para la historia urgelitana entró a formar parte de la Iglesia de Urgell, Ermengol, sobrino del obispo Sala. Ermengol era hijo de los vizcondes de Conflent Bernat y Guisla y, como en el caso de su tío, fue el segundo hijo del matrimonio, hecho que le situaba en segundo término en la sucesión del vizcondado. Por este motivo, sus padres lo pusieron bajo la tutela de Sala, con la intención de que lo relevase como obispo. Obviamente, el relevo se tenía que hacer con el consentimiento del conde de Urgell, cosa que consiguieron a cambio del pago de cien piezas de oro que el conde Ermengol I tenía que recibir cuando Sala traspasara y Ermengol se convirtiese en obispo. A partir de este pacto, Ermengol se convirtió en arcediano de Urgell y en la mano derecha de su tío, que le enseñó todo lo que sabía.
De los últimos años de Sala como obispo de Urgell hay que destacar el proyecto de refundación de la canónica urgelitana. La intención de Sala era actualizar la regla aquisgranesa que regía la vida de los canónigos de la Seu de Urgell, además de adaptar la canónica a nuevos tiempos. De hecho, Sala había estado presente en el año 1009 en Barcelona, donde se había culminado un proyecto similar, hecho que debió acabar de animarle a hacer lo mismo en su sede. La muerte, pero, le sorprendió antes, de aquí que fuese su sobrino y sucesor en el cargo, el obispo Ermengol, quien presidiese el acto de refundación. Esto no quiere decir, pero, que el proyecto fuese suyo. Él simplemente lo culminó y lo desarrollo durante todo su episcopado que se alargó hasta el 1035.
El obispo Sala tuvo excelentes relaciones con el poder condal urgelitano, representado por Borrell II primero y por Ermengol I después. De la buena sintonía se benefició mucho el obispado ya que durante todo este periodo los condes dieron grandes predios a la institución eclesiástica. Sala se mostró fiel a los condes de Urgell y estos recompensaron generosamente su fidelidad. En este sentido, Sala se benefició de la política de frontera llevada a cabo por Ermengol I. La gran riqueza que aparece relacionada en el testamento de ambos personajes hace que hoy en día podamos considerar el conde y el obispo de Urgell del año mil como dos de los personajes más ricos de la Cristiandad latina.
La muerte de Sala
El obispo Sala emprendió su último viaje en el año 1010, cuando acompañó al conde Ermengol I y a otros soberanos y obispos catalanes en la famosa expedición catalana a Córdoba. Los guerreros de los condados habían sido llamados para formar parte del ejército de uno de los candidatos que pretendían el trono califal de Al-Ándalus. Aunque en ese aspecto no triunfaron, lo cierto es que volvieron a sus hogares bastante más ricos de cómo habían partido. Para Urgell, a pesar de todo, las pérdidas de aquella expedición fueron muy significativas. El conde Ermengol murió luchando en la batalla de Aqabat al-Baqar, cerca de la capital andalusí, y el obispo Sala en Gelida, al límite de los condados catalanes, seguramente herido o enfermo. A partir de ese momento, el protagonista de la historia urgelitana fue el obispo Ermengol, que supo aprovechar muy bien la minoría de edad del futuro conde, haciendo y deshaciendo como le plació.
El olvido de un obispo
El obispo Sala es, sin duda, uno de los protagonistas más importantes de la historia medieval de Urgell. Como hemos visto, fue un hombre que destacó en muchos aspectos y que protagonizó unos años de apogeo de la institución que representaba. Por desgracia, hoy es un personaje bastante desconocido y recordado, tan solo, porqué fue tío del obispo san Ermengol. Este olvido se debe, sobre todo, a la larga sombra de su sobrino. Hoy tenemos el Retaule de Sant Ermengol, la Fira de Sant Ermengol o el carrer Sant Ermengol en la Seu de Urgell, pero pocos saben quién fue su predecesor, una figura de primer orden del año mil que des de aquí queremos vindicar.
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