A pesar de la batalla de Kursk, del Plan Marshall y de décadas de intelectuales comprometidos, en Europa nunca hemos dejado de ser entrañablemente fascistas. Un indicio escalofriante es el vigor que el antijudaísmo ha mantenido todos estos años – utilizando a menudo los crímenes de Estado israelíes como mecanismo de legitimación, consciente o inconsciente –, con hitos siniestros como ese baile infame que reúne cada año a la ultraderecha europea en el palacio imperial de Viena y que en 2012 se celebró precisamente el 27 de enero, fecha en que se conmemora a las víctimas del Holocausto. Todavía en 2011 una encuesta realizada en España revelaba que el 58,4% de los consultados creía que “los judíos tienen mucho poder porque controlan la economía y los medios de comunicación”, como si se hubieran atiborrado a conciencia de viejos documentales de Goebbels el Cojo.
Anuncio de la exposición El judío y Francia (París, 1941-1942)
Organizada por el Institut d’Étude des Questions Juives con el patrocinio de las autoridades alemanas de ocupación
Fuente: Holocaust Chronicle
Y es una pena, porque el judaísmo ha hecho aportaciones de enorme interés. Una de las menos reconocidas es haber sido capaz de sobreponerse a una terrible fiebre mesiánica que infestó la Judea de los siglos I-II d.C. y que en un contexto cultural tan rico, tolerante y diverso como era el Mediterráneo helenístico-romano podría haber alumbrado una de esas formas fanáticas y criminales de religión que constituyen la escoria del pensamiento humano, cuya manifestación más clara en nuestra época es el yihadismo.