(viene de http://www.studiahumanitatis.es/contra-los-mesias-1a-parte/)
Los discípulos de Jesús, derrotados, dispersos y avergonzados, tuvieron que enfrentarse al estupor y decepción de comprobar que su líder había fracasado y que sus promesas carecían de valor. ¿Acaso habían sido engañados por un falso profeta? ¿Habían seguido a otro de esos charlatanes, supuestos Mesías a los que los romanos ejecutaban periódicamente? O quizá… Quizá habían interpretado mal sus enseñanzas, y sólo su ignorancia les hacía ver una derrota allí donde necesariamente tenía que haber una victoria. De este modo se abrió el camino para la reinvención del mensaje de Jesús, y el mundo del judaísmo comenzó a dar los primeros pasos que lo apartaban del clima mesiánico (conviene recordar que todavía en este momento los seguidores de Jesús conforman una pequeña secta dentro del judaísmo, sujeta a las normas y prácticas tradicionales, no una religión nueva). No tardaron en dar con la fórmula genial que les permitiría seguir venerando el recuerdo del maestro: sin duda, confundidos por la inercia de las convicciones tradicionales, habían creído que les anunciaba la inminente venida del reino de Dios, y no habían sabido ver que en realidad les estaba revelando que el Mesías había venido para expiar los pecados del mundo con su muerte, seguida de su resurrección triunfal. Así pues, el acto fundamental de redención mesiánica ya había tenido lugar. Claro que una idea tan radicalmente novedosa tendría que ser asimilada lentamente, y todavía durante un siglo los seguidores de Jesús esperarían su segunda venida como algo inminente, entendida como un fenómeno sobrenatural que habría de traer, ahora sí, la instauración definitiva del reino de Dios. Todavía a finales del siglo I el Apocalipsis de Juan es testimonio de este estado de ánimo.