Si hay un gran desconocido en la historia europea medieval y moderna, desde nuestro ciego etnocentrismo, éste es sin duda el imperio otomano, el que fuera durante generaciones el Gran Otro de la civilización europea.
Hablar del imperio otomano es sinónimo de hacerlo del gran enemigo de Europa durante al menos tres siglos. Los otomanos fueron los responsables de la sangrante derrota de Nicópolis, en 1396, que acabó con la flor y nata de la caballería francesa, húngara y valaca y los culpables de poner fin a mil años de civilización bizantina en 1453, cuando el sultán Mehmet II culminó el fulgurante asedio de Constantinopla y, en los años siguientes, conquistó, una tras otra, cuantas estructuras de poder se le opusieran en su avance hacia el Danubio. Serbia cayó en 1459, el Peloponeso en 1460, Bosnia en 1463 y Albania en 1468, por citar las victorias más significativas antes del parón momentáneo a las conquistas de finales del siglo XV, cuando Mehmet II y su sucesor Bayaceto II dedicaron sus esfuerzos a consolidar la frontera oriental de su imperio, en Persia. Apaciguada ésta, durante el siglo XVI el Gran Turco se enseñoreó, una y otra vez, de la Europa Oriental. La esplendorosa victoria de Solimán el Magnífico en Mohács (1526) supuso el fin del reino de Hungría y la constatación de que la maquinaria bélica otomana estaba perfectamente engrasada, como lo pueden atestiguar los diferentes asedios a Viena. ¿Por qué estas victorias, una tras otra? ¿Qué tenían de especial los otomanos que los hacía invencibles? Continue reading