A veces la Historia transita por caminos difíciles de rastrear y se mueve por lugares donde los mecanismos clásicos de análisis se muestran insuficientes. La Historia seriada, lineal, centrada en el devenir de los acontecimientos se nos presenta, muchas veces, como incapaz de ir más allá cuando ampliamos el foco de interés a ámbitos menos evidentes y el asunto requiere ensanchar los horizontes metodológicos. Pasó con el auge de los estudios sobre el imaginario, la cultura inmaterial, la gestualidad, el ritmo o el silencio. Campos donde el historiador tiene mucho que decir, si es capaz de encontrar la forma adecuada.
El estudio de los rumores a lo largo de la Historia entra de lleno en este ámbito. Como tales, los rumores son una experiencia comunicativa viva, rabiosamente enmarcada en el contexto histórico en el que surgen. Son, también y por encima de todo, acontecimientos, selectivos y efímeros, que nos hablan de las relaciones básicas entre un suceso y el sistema simbólico en el que se inserta. Pero, ¿cómo conceptualizamos los rumores? No son necesariamente ni verdaderos ni falsos, ni tenemos que caer en la tentación de asimilarlos al chisme puro y duro, donde la identidad del chismoso tiene un papel central. En los rumores, en cambio, las motivaciones personales de aquellos que intervienen en su difusión tienen un papel, hasta cierto punto, secundario. El rumor no tiene un sujeto individual; se transmite a través de la impersonalidad: «Se dice… se cuenta… me han dicho…» Es, por tanto, una forma de expresión del habla colectiva, que toma forma propia una vez que el rumor se pone en circulación. Cobra vida. Continue reading