Alejandro Martínez Giralt
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A unos pocos meses del estallido de la Primera Guerra mundial (en marzo de 1914, para quien tenga dudas), el explorador francés Albert Bonnel de Mézières dio con las ruinas de la ciudad de Koumbi Saleh. Por su ubicación en el Sureste de la actual Mauritania, sus considerables dimensiones y densidad de edificación, los vestigios de sólida presencia musulmana (incluyendo una mezquita) y su particular complejo funerario formado por tumbas columnadas, pronto pareció que Bonnel de Mézières había encontrado la capital del desaparecido reino de Wagadu. (1) Un Estado del África Occidental cuyos dirigentes habrían prosperado en buena medida gracias al control del comercio del oro salido de las minas de Bambouk, y cuyo derrumbe se habría precipitado en la segunda mitad del siglo XI debido a la expansión almorávide. O al menos esto último es lo que se ha venido creyendo durante mucho tiempo.
De casi todo lo anterior ya hablé en las otras entradas de esta serie (que podréis leer a través de este enlace y de este otro). De casi todo, excepto de Koumbi Saleh, en la que no pocos quieren ver el centro de poder de los monarcas de Wagadu descrito por geógrafos musulmanes de la talla de Ibn Ḥawqal y al-Idrīsī (que coinciden pese a escribir con dos siglos de diferencia, el X y el XII, respectivamente). Es decir, una ciudad donde se encontraba el palacio real, y en la que la mayoría negra y animista y la minoría árabomusulmana residían en barrios distintos. (2)
De ser cierto, esto solo puede significar que en el siglo X ya había musulmanes residentes en Wagadu, si bien sus dirigentes todavía no habrían entrado a formar parte del Islam. Sí lo habrían hecho en tiempos de al-Idrīsī. Este cambio en la religión de los Cissé tuvo lugar sin que fuera necesaria una sustitución de su dinastía. Así, en 1076 el monarca pagano Tumka-Manīn fue depuesto por un Cissé musulmán llamado Kema-Magha que, aparentemente, había gobernado antes sobre el reino vasallo de Alūkan. Kema-Magha sería derrocado a su vez en 1087, convirtiéndose así en el último rey Cissé de los soninké. (3)
La adopción de la fe musulmana por parte de los reyes de Wagadu se asocia con la leyenda de la muerte de Bida, a quien hay que recordar como un hijo del patriarca soninké Dinga que había adoptado forma de serpiente, y que a cambio de prosperidad exigía la entrega anual de la virgen más bella del reino. En efecto, es justamente la decapitación de Bida, supuestamente instigada por el líder del clan de los Touré (que iba a reinar en Wagadu a partir del siglo XII) y llevada a cabo por un tal Mamadou, prometido de una joven destinada al sacrificio llamada Siyan (aquí los nombres varían según las versiones), lo que se cree que refleja el cambio en la orientación religiosa de los Cissé. (4) Aunque, claro está, el hecho de cortar de cuajo el vínculo establecido con los poderes sobrenaturales (perdón por el recurso fácil…) tiene su coste. Para Conrad y Fisher, el ecológico: Bida garantizaba el suministro de agua, por lo que su eliminación habría conducido a la sequía y a la posterior desertificación de Wagadu. (5) La leyenda, por lo tanto, parece ofrecer explicaciones al inicio de la decadencia del gran reino de los soninké, de base agrícola. Incluso, si se quiere, se puede ver en ella la pérdida de legitimidad de los Cissé a través de la ruptura con la antigua tradición pagana.
Más difícil ya es determinar cuál fue el impacto real de la expansión almorávide sobre Wagadu. En algunas fuentes árabes, los almorávides aparecen como los responsables de la incorporación de los soninké a la órbita del Islam, pero aunque parece evidente que las operaciones militares de estos últimos acabaron con las tomas de Sidjilmasa y Awdaghust en la década de 1050, no está tan claro que tuviera lugar una operación a gran escala contra Wagadu. (6) Lo que sí parece plausible, tal como apunta Lange, es que Kema-Magha contara con apoyo militar en el momento de destronar a Tumka-Manīn, y que la ayuda que recibiera procediera de las filas almorávides. (7)
Cómo se llegó a esto, y en qué medida modificó o consolidó los vínculos entre al-Ándalus y el Sahel, son cuestiones que habrá que dejar para una nueva entrada de la serie. ¿Que al lector le pueda sonar a déjà vu? Pues desde luego no le faltará razón. Pero quizá prefiera que este tercer capítulo no se haya alargado más, y con ello, entienda así por qué razón esta serie sobre Wagadu debe, como hace en este preciso momento, despedirse hasta su cuarta (y última) entrega.
(1) Chloé Capel et alii, «The end of a hundred-year-old archaeological riddle: first dating of the Columns Tomb of Kumbi Saleh (Mauritania)». Radiocarbon, 57/1 (2015), p. 65-75.
(2) Ibn Ḥawqal, citado por Pierre Bertaux en África. Desde la prehistoria hasta los años sesenta. Siglo Veintiuno, Madrid 1991, p. 35-39; y al-Idrīsī, Description de l’Afrique et de l’Espagne. Oriental Press, Amsterdam, 1969, p. 6-9.
(3) Dierk Lange, “The Almoravid Expansion and the Downfall of Ghana”. Der Islam, 73 (1996), p. 332-343.
(4) G. Dieterlen y Diarra Sylla, L’empire de Ghana. Le Wagadou et les traditions de Yéréré. Karthala-Arsan, París 1992, p. 90, 108-109 y 121-125.
(5) David C. Conrad y Humphrey J. Fisher, «The Conquest That Never Was: Ghana and the Almoravids, 1076. II. The Local Oral Sources». History in Africa, 10 (1983), p. 63-67.
(6) Sobre las mencionadas fuentes árabes, véase: M. Hadj-Sadok, Kițāb al-Djā ‘Rafīyya. Mappemonde du calife al-Ma’mun reproduite par Fazari (IIIe/IXe s.) rééditée et commentée par Zuhrī (VIe/XIIe s.). Bulletin d’Études Orientales, Damasco 1968, p. 95.; Abī Zar, Rawd al-Qirtās, vol. 1, Textos Medievales, Valencia 1964, p. 229-261; y al-Idrīsī, op. cit., p. 7.
(7) Dierk Lange, op. cit., p. 332-338.
Me interesa especialmente la historia de Wagadu de A. Martínez Giralt
Hace casi dos años de su anuncio de la 4a y última entrega
«este tercer capítulo no se haya alargado más, y con ello, entienda así por qué razón esta serie sobre Wagadu debe, como hace en este preciso momento, despedirse hasta su cuarta (y última) entrega.»
¿Cuando va a aparecer?